martes, 15 de marzo de 2011

Resurrección

Había pasado mucho tiempo desde aquel tan famoso y en realidad simbólico séptimo día, al que después la gente llamaría Domingo.

Esa noche, aquel creador decrépito y cansado repasaba el primer bosquejo de su tan celebrada mitología fabricada hace tanto tiempo. Recordó como ocultó durante millones de años la grán explosión generadora y la transmutación de los seres vivos hasta llegar a aquel ser autonombrado “Hombre” que, a decir verdad, no hizo a su imagen y semejanza. Rió un poco cuando reflexionó acerca del don de la imaginación que le otorgó y su capacidad para inventar tantas y tantas cosas fantásticas: ángeles, monstruos, lugares y hechos, dioses y diosas incluidos. De pronto lo inundó una gran melancolía. Sabía que llegaba el fin de su era, porque ¿cómo ser dios y tener que sufrir la tortura de una vida eterna? No. Entre ellos, los dioses, había un momento de expiración, latencia y regeneración.

Con un suspiro cerró el gran libro, lo guardo, apagó la tenue luz que iluminaba su lectura, se recostó y, mientras su sustancia se desvanecía, toda su creación sucumbía al unísono quedando sólo una nube de ceniza que flotaba para esperar paciente su resurrección.